Comentario
El final de la Edad Oscura se conoce justamente como Renacimiento griego, pero no se trata de un milagro, sino del resultado de un largo proceso en que van fraguando características de una nueva sociedad y de nuevas formas culturales. Movimientos de pueblos, contactos con otros pueblos, procesos de integración y de rechazo, disolución de los antiguos mecanismos de control en otros nuevos, sobre la base del manejo de los metales, adaptación de las tradiciones a los cambios, todo ello se conjuga para explicar la aparición de un nuevo mundo, que no nace de la nada, pero pretende igualarse al pasado remoto y prestigioso más que al inmediato pretérito oscuro y poco lucido.
En el nuevo uso de los restos materiales y en la adaptación de las formas conocidas por la memoria, elaboradas al tiempo que se da solidez a las tradiciones, va creándose una cultura que tendrá el rasgo propio de adaptarse al proceso de creación de la polis sin perder su identidad aristocrática. Pues, de hecho, las formas culturales fraguan en centros palaciegos, donde el basileus, aristócrata destacado, capaz de crear clientelas a su alrededor, se hace heredero del pasado micénico para dar el paso hacia lo nuevo con capacidad para dominar los aspectos más destacados del mundo imaginario. Una vez que se ha apropiado del pasado, la transferencia crítica hacia la polis queda ideológicamente en sus manos, hasta el punto de que para toda la historia de Grecia permanecen marcadas las señales de identidad cultural, para ser utilizadas por cualquiera de las formaciones sociales que, al mismo tiempo, resultan de este modo condicionadas por sus rasgos principales.
Las nuevas sociedades de la Grecia arcaica adoptan como arma ideológica las tradiciones creadas cuando las aristocracias regias de la época oscura consolidan su poder en el mundo del oikos, en el que se apoyaron las civilizaciones urbanas de la época arcaica.
A las puertas del arcaísmo, la sociedad homérica representa un modo específico de organización cuyo rasgo más duradero ha sido el de la creación de una imagen perdurable, patrimonio cultural de la humanidad. Su capacidad para expresar la vinculación con el pasado de las sociedades en formación es precisamente parte del secreto que permite seguir disfrutando de sus logros como de un bien eterno, productor de emociones y de sensaciones relacionadas con la creencia en la solidaridad humana no porque enmascare, sino más bien porque revela de modo ejemplar el sentido de los conflictos entre los hombres, entre las clases, entre los pueblos, entre las generaciones. Ése es el primer momento favorable a que la humanidad se piense críticamente a sí misma. El renacimiento constituye un fenómeno que realmente se forma en el proceso del palacio a la polis.